El pasado 18 de noviembre murió la artista Jeanne-Claude, pareja creativa y esposa del célebre Christo que, pese a los esfuerzos de este último por evitarlo, estuvo siempre ensombrecida por el machismo y la ignorancia que han lastrado desde el principio la historia oficial del arte en cuyo escenario Jeanne-Claude no apareció hasta 1994 pues sus trabajos anteriores, aun habiendo sido realizados por ambos, estaban firmados únicamente por Christo a voluntad de los marchantes "para no confundir al público y a los historiadores".
Christo y Jeanne-Claude, nacidos a la vez en distintas partes del planeta un 13 de junio de 1935 y pareja desde 1958, eran un todo, una unidad, una firma creativa y una máquina conjunta de producir ideas y llevarlas a cabo con esfuerzo, dedicación constante y grandes cantidades de dinero que se empeñaban en conseguir mano a mano. Se amaban y amaban la naturaleza mediante su arte ambiental que, pese a las críticas de algunos "ecologistas" desinformados, ha contribuido a la recuperación de muchos entornos, como las islas de Florida cuyos 11,3 kilómetros de costa fueron rodeados en 1983 con tejido rosa, antes de lo cual la pareja pagó de su propio bolsillo la retirada de 40 mil toneladas de basura.
Ha muerto Jeanne-Claude, ha muerto una artista, pero en los pocos informativos que se hicieron eco de la noticia una vez conocida se nos informaba que había muerto "La esposa de Christo". Sí, es cierto, era su esposa, pero también el 50% de sus ideas, de su fuerza, de su obra en definitiva. Ahora él ha manifestado su intención de continuar con el trabajo que tenían en marcha porque así lo deseaba ella. No lo dudo; una vez leí en una entrevista que cuando estaban trabajando en algún proyecto siempre viajaban en aviones separados para que, en caso de accidente, al menos uno de los dos pudiera completar la obra. El hijo que nazca (un proyecto sobre el cauce de un río en Arkansas) será un hijo póstumo, un huérfano de madre.
2 comentarios:
Sus nombres son muy conocidos para mí, por haber admirado con sorpresa sus intentos de vestir la naturaleza como si no bastase ya su belleza, o si acaso recordar al ser humano que no debe ser destructor, o de otra forma hay que arreglar lo que sin tino se destruyó.
Lástima que también los genios mueran. En paz descanse.
Suena Leonard Cohen tras tu Vals de los elefantes y se me cae Viena encima. Hasta allí, hacia la cama donde ha estado sudando la luna, viaja mi mente, aunque en el camino tropieza con una guirnalda de lágrimas escarchadas, tal vez nenúfares para océanos deshabitados de lagrimal.
Hoy tu entrada me ha vestido de luto (adoro el trabajo de ese par de artistazos) y tu música se me queda pegada al paladar, aunque sonrío por el río que nos queda por recorrer -ahora suena Moebius-, aunque sea "huérfano de madre".
Espero verte pronto.
Un abrazo, Gracia.
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