jueves, 28 de noviembre de 2013

El hilo de la memoria en el espacio experimental Art Room de Madrid

En marzo pasado, en el contexto del festival literario Coruña Mayúscula, puse en marcha mi proyecto LA RED DE LA MEMORIA, un trabajo artístico de largo recorrido que ahonda en la relación que existe entre el recuerdo individual y la memoria colectiva, entre la transmisión oral de tradiciones y vivencias y la construcción del entramado de recuerdos con los que se construye la verdadera historia de la humanidad.

La humanidad es efímera, pero lo que somos prevalece en la memoria de los que nos siguen. Cada uno de nosotros existirá mientras perviva en el recuerdo de alguien un rastro, siquiera un hilo, una ínfima palabra, una sensación, que naciera de nuestro paso por la tierra. 

Si un abuelo transmite a su nieto un recuerdo, aunque ni siquiera sea suyo, aunque solo forme parte de una historia que alguien le contó cuyo origen puede no saber a ciencia cierta donde se encuentra, en ese recuerdo habrá rastros, fibras de memoria de distintas personas que, mediante esa transmisión, seguirán existiendo.

Ese es el punto de partida de mi proyecto, que se divide en dos partes: recolección y performance. La fase de recolección comenzó, como ya he dicho, hace unos meses en La Coruña, y consiste en la colocación de una mesa de recogida de memorias y de lanas (o cualquier material tejible) en espacios públicos y entornos privados. Esa es la materia prima con la que confeccionaré mi red de recuerdos (en la segunda parte del proyecto) y por eso le he dado el nombre de "El hilo de la memoria".

Hace dos semanas, el 15 de noviembre, fui invitada por el espacio experimental Art Room de Madrid a instalar mi mesa de recogida en el contexto de la exposición individual de la artista Lola Díaz. El resultado de esa tarde entrañable en la que me reencontré con muchos amigos fue una buena cosecha de memorias.

jueves, 14 de noviembre de 2013

La mirada es un ala (conspiración poética)

Todo empezó con una adiestradora de caracoles invisibles llena de pájaros en la cabeza (es decir, con una escritora que tiene el mismo ADN poético que yo) y un jardinero de árboles huérfanos que, alentados por la idea que había sembrado en sus inquietas almas un pintor especializado en alas y cicatrices, conspiraron. Conspiraron primero a solas en su oficina nocturna rodeados por el bullicio de la Alameda de Hércules en una primaveral noche de noviembre. Después atraparon en su conspiración a esta domadora de elefantes que casualmente estaba por esas tierras sevillanas de visita, persiguiendo, junto a otros poetas, los rastros de Cernuda en las calles y paredes de la ciudad.

No les resultó difícil atraparla porque tenían el cebo perfecto, la droga preferida de esta que os escribe: ARTE Y POESÍA. Más concretamente, la tentaron con eso a lo que sabían que ella jamás diría que no: la posibilidad de hacer un recital, un improvisado recital, en un espacio rodeado de cuadros abstractos, invitando a amigas y amigos a los que ella deseaba ver y saludar y abrazar. ¿Cómo resistirse a eso?

Así que el jardinero de árboles huérfanos y la adiestradora de caracoles aparicios (que aparecen y desaparecen) se llevaron a esta poeta visitante, entusiasmada, constipada, medio afónica, ilusionada y feliz a su siguiente sede. Bendito despacho de horas intempestivas donde, a eso de las tres de la mañana, tomando infusiones (que en otros locales nos habían negado) y agua caliente con limones flotando, nos planteamos cómo convocar, a eso de las diez de la mañana, para un acto que se celebraría esa misma tarde. Había posibilidades de que nos encontrásemos los tres solos recitando, pero eso no importaba nada, tendríamos poesía, arte y un espacio pequeño pero fantástico en el Pasaje Mallol, ¡qué más podíamos pedir!

Lola Crespo, maquinando algo

Aure Gallego, trazando el plan
 Como resultado de aquella fabulación insomne, a la tarde siguiente me encontré recitando en una pequeña galería de cuyos muros colgaban los cuadros de Jorge Mejías y en la que un perchero de árbol con genética claramente surrealista, daban frutos con forma de trompeta.

Gracia Iglesias, recogiendo el fruto (en sus labios afónico)
de un perchero surrealista
Lola Crespo, con su cálida voz, ejerció de maestra de ceremonias abriendo la puerta a las historias que llegarían después y Aure Gallego me prestó su pincel para ungir con versos las manos del artista anfitrión.

Una presentación cariñosa y cercana

Recitar con el abrigo puesto es la mejor forma
de poder quitárselo una después (lógico, ¿no?)
Y poco a poco, me fui poniendo cómoda, me quité la gorra, el abrigo, las botas... y me dejé llevar por la improvisación, arropada por el grupito (nutrido grupito diría yo, dadas las circunstancias) de amigas y amigos allí congregados. Recité poemas, algunos de memoria y otros elegidos al azar (o al azahar, que es lo único que le faltaba a esa noche que, ¡a 9 de noviembre! aún olía a jazmines) por el público entre las páginas de mis libros, conté  historias...

El pintor Jorge Megías, rodeado de su obra, contempla a la poeta
ante un público de amigos que hizo que la velada fuera cercana y cálida

Una cajita de cedro que contenía...
El tiempo parecía haberse detenido, no existía para mí, porque en ese instante era absolutamente feliz y en alas de la felicidad incluso me dejé llevar al territorio del cuento, convirtiendo en niños y niñas a todos los allí presentes, ¡y hasta cantamos!

¡Qué de gente! No está nada mal, para haber hecho la
convocatoria, inesperadamente, esa misma mañana
Era inevitable que en un momento un otro, todo aquello estallara en un hermoso abrazo.

Abrazos, abrazos, abrazos. Pero no al final,
no, eran necesarios antes de terminar
¡Gracias! Mil gracias a los conspiradores y a quienes vinisteis a verme (Jesús, José, Fran, Cármenes, Vicky, Álvaro, Dani, Irene...) ¡Gracias por este regalo inesperado!

Cernudiana

De izd. a dcha. y de atrás hacia delante: José Cereijo,
Gracia Iglesias, Alma Pagés, Miguel Losada,
Pepa Nieto, Fermín Higuera, Juana Vázquez y un chico
desconocido que se coló en la foto.
Empiezo por decir que el título de este post es robado: robado del nombre con el que el poeta Jesús del Real identificó las fotos que me ha mandado hace poco por mail, las que hizo durante el pasado fin de semana en el que ambos coincidimos en Sevilla con motivo de un homenaje a Luis Cernuda y que, en su mayoría, son las que ilustran esta pequeña crónica.

Y es que el pasado 5 de noviembre se cumplieron 50 años de la muerte del autor de “Los placeres prohibidos” y, para conmemorar esa efemérides, una expedición compuesta por decenas de poetas de muy diversas procedencias, capitaneada por María Jesús Fuentes y Miguel Losada, desembarcó en la ciudad del Guadalquivir con el fin de llevar a cabo dos actos: uno en el Ateneo de Sevilla, en el que se leyeron composiciones inéditas de los asistentes dedicadas a Cernuda junto a versos del propio poeta; y un recorrido por las calles sevillanas más emblemáticas de su historia, desde la casa en el callejón del Agua en la que vivió y a cuyo gran magnolio dedicó un precioso texto en “Ocnos”, hasta su casa natal en la calle del Aire, hoy tristemente en ruinas. En cada parada de esta singular peregrinación se leyó, se recitó y se rememoró la difícil relación de amor-odio-añoranza que mantuvo el escritor hasta el final de su vida con la ciudad de la que salió en 1938 para ir a vivir a Reino Unido y a la que ya nunca volvió tras su exilio definitivo en América en 1947.


Un momento del acto en el Ateneo
Pero aunque los actos fueron muy emotivos, lo mejor del viaje para mí fue que me permitió reencontrarme con amigas y amigos muy queridos en una ciudad que amo y a la que siento que pertenezco de algún modo, aun sin haber nacido o vivido en ella. Y por si eso fuera poco, tuve la ocasión de conocer a otras personas estupendas con las que desde ahora estoy segura de que seguiré manteniendo un contacto basado en nuestro común amor por la literatura y las artes en general. 

Así que, si como escritora antes tenía una deuda de gratitud con Cernuda por la obra que dejó tras de sí, hoy, como persona corriente, le agradezco que haya sido la excusa perfecta para un viaje maravilloso.


Algunos de los poetas en el Callejón del Agua, frente a la placa
que recuerda el magnolio al que Cernuda dedicó un Poema

Jesús del Real leyendo un poema en el callejón del Agua, frente
a la casa en la que vivió el poeta

Una de las placas conmemorativas que pueden encontrarse
en la ciudad