Hace poco más de una semana cumplí mi primer aniversario como empresaria. El día 25 de julio de 2012, con tres amigos que desde ese momento se convirtieron en socios, firmé la constitución de la empresa Oropéndola Espacio Cultural S.L. que desde más o menos un mes antes, pero sobre todo a partir de ese momento, pasó a ocupar prácticamente todos los espacios de mi tiempo y una parte central de mi vida. En aquel proyecto deposité mi ilusión, mis fuerzas, mi trabajo, mi empeño y, por supuesto, mis ahorros, con la esperanza de ofrecer a Guadalajara un espacio singular para la cultura, el ocio, el aprendizaje y el desarrollo personal.
Hoy, un año después, puedo decir con orgullo que aquel objetivo un tanto utópico empezaba a cumplirse con unas maravillosas perspectivas y habiendo llegado mucho más lejos de lo que yo misma esperaba de nuestros primeros doce meses de vida (que, a efectos prácticos, han sido escasos nueve meses de actividad real). Pero, por desgracia, en el camino he descubierto que a veces es peligroso confiar en algunas personas y que no siempre aquellos a los que cuentas entre tus mejores amigos son los mejores compañeros en determinadas aventuras.
Y como en el mundo en que vivimos el éxito de una empresa no se mide por su desarrollo relativo o su potencial de crecimiento sino por los números más crudos; y como de esos números depende el poder pagar más o menos por un espacio físico donde desarrollar nuestras propuestas; y como algunas personas ponen el dinero por delante de la lealtad, la amistad y el compromiso, persiguiendo avariciosamente los "ciento volando" en lugar de dar cobijo al pequeño "pájaro en mano" (en este caso a la pequeña oropéndola) hasta que crezca y se convierta en un hermoso pájaro dorado, pues resulta que en lugar de festejar el primer año de vida de mi espacio cultural, he tenido que hacer las maletas y marcharme del local por el que pa
gaba una renta a uno de esos amigos convertido en socio de la propia empresa que, finalmente, ha mostrado su verdadero rostro al comportarse como un casero avaricioso en lugar de hacerlo como socio y muchísimo menos como amigo.
Al quedar mi Oropéndola sin nido, no he tenido más remedio que cesar la actividad.
Aquí podéis leer mi carta de despedida a quienes con alegría, generosidad y cariño me han (me habéis) acompañado en este camino.
Pero no se trata de una despedida definitiva. En cuanto me recupere física, emocional y económicamente del esfuerzo realizado y de esta tempestad inesperada que ha provocado el naufragio, gracias al apoyo de mi familia y a las palabras de aliento que estoy recibiendo de todos los rincones de la red, de mis verdaderos amigos y de quienes han sentido que la labor realizada merecía la pena, estoy dispuesta a volver a intentarlo. Trataré de volver a alzar el vuelo.
Como muestra de ello, cuando ayer cerré tras de mí por última vez la puerta del local que ha sido la casa de Oropéndola hasta ahora, quise salir a la calle con una pequeña acción simbólica, una miniperformance de la que fueron testigos conscientes Laura Domínguez y Enrique Delgado y accidentales los vecinos, conductores y viandantes que pasaban por la calle La Mina en aquel momento. En el siguiente post, podéis ver algunas fotografías.