Nuestro siguiente destino fue la Sala Triángulo en la que, sólo durante ese fin de semana, se representaba "El dragón y la rata", un espectáculo de Malucos Danza, basado en poemas de amor y guerra de Gloria Fuertes cedidos por la Fundación que lleva su nombre. Se trataba de la segunda parte de una trilogía creada por esta compañía de danza española contemporánea para conmemorar el décimo aniversario de la muerte de la querida poetisa madrileña.
Personalmente la propuesta me gustó, aunque no tanto como había esperado, y de forma desigual durante las distintas partes en las que se dividía la obra que, todo hay que decirlo, fue creciendo en intensidad a medida que avanzaba.
De hecho lo mejor llegó justo al final, cuando por fin la poesía se integró con la danza y los versos sonaron de forma más fluida invadiendo la escena de sabias glorierías sobre el dolor, la distancia, la pérdida y la redención de un beso. En contraste, los primeros diez minutos de espectáculo -aproximadamente- que correspondían a la introducción, fueron un desierto silencioso e incierto en el que uno llegaba a preguntarse hasta qué punto lo que estaba viendo tenía algo que ver con Gloria y su universo, o sólo era una exhibición de símbolos entre la obviedad y la inconcreción hilados por los pasos de danza de dos bailarines que, según rezaba el programa de mano, pretendían (con bellos gestos, pero sin mucho acierto comunicativo) ser dos hombres huyendo de la guerra del mundo y refugiándose "donde nadie pueda encontrarlos" sin saber "que su escondite será una trampa mortal".
Al Cangrejo Pistolero no le gustó escuchar los poemas de Gloria en voz de hombre (pues tres hombres eran los que recitaban, mezclando sus voces con la música y los efectos sonoros), pero a mí ese aspecto no me desagradó. Por el contrario, reafirmó mi certeza sobre la universalidad de los versos de esta autora, que trasciende toda limitación de género, espacio o tiempo. Con todo, sin embargo, sentí que todo cobraba verdadero sentido cuando sonó la propia e inconfundible voz de Gloria, justo en el corazón del espectáculo. A partir de ahí la poesía se fue haciendo cada vez más presente y, por fin, rompió los límites que la separaban de la danza fundiéndose definitivamente con ella. Por fin todo fue uno y, por fin, llegó a gustarme.
Para redondear un día de arte, danza y poesía, y tras cenar en un restaurante peruano disfrutando de la compañía musical de un dúo de guitarra y caja, fuimos al Bukowski Club, para que Ana y El Cangrejo pudieran conocer in situ ese punto de encuentro literario de moda, del que tanto habían leído y oído a través de internet y del boca a boca.
Unos cuantos metros adelante, en la misma calle San Vicente Ferrer, nos tomamos la última juntos en el histórico Café Manuela y esta Domadora se despidió de ellos hasta que volvamos a vernos en febrero, esta vez en Sevilla, durante la segunda edición del Festival Internacional de Perfopoesía. Hasta entonces tendré que conformarme con volver a seguir sus pasos a través de la Red.